martes, 23 de octubre de 2007

FIESTA NACIONAL...

Era ya el sábado 13 de octubre, las siete de la mañana, había acabado el día de la fiesta nacional y yo me dirigía a mi casa tras haber quemado un viernes más entre los modernos trasnochados que habitan la Sala Sol. “Pronto tocaréis aquí”, le dije a Nacho, y el me miró con la esperanza de que así fuera, y que todas las mujeres que en esa noche denostaron nuestra etilidad, consecuencia de su cumpleaños, quedasen prendados del embrujo de su directo.
Puse mi mp3 y sabía que sólo la Al Berkowitz Band y hits como: “Football, Women and Knives” conseguiría que no dormirme en el metro, y evitar así despertar con el bolsillo trasero del pantalón rajado, como el finde anterior; aunque ya me había gastado todo el dinero en alcohol y lo único que conseguirían de nuevo sería joderme unos pantalones nuevos...
Llegando al intercambiador de Moncloa, absorto en mis pensamientos, de repente aprecié que un grupo de personas se arremolinaban formando un círculo. Pensé en algo grave, gente curiosa y algún herido esperando asistencia; pero no, era él, el mismísimo Al Berkowitz en estado semi-inconsciente tirado en el suelo. Nadie se atrevía a acercarse a aquel demacrado negro que balbuceaba en inglés, aunque tampoco nadie de allí sabía que estaban ante el enorme músico de Temple, que había compartido escena con los mismísimos Charlie Patton, Leadbelly, Robbie Basho o Blind Joe Death e incluso había formado parte, aunque de manera fugaz, de los Traveling Wilburys; sin lugar a dudas, uno de los mejores bluesman de la historia.
Me acerqué, le di un par de palmadas en la cara ante la incredulidad de la gente, se incorporó levemente y me dijo: “Let me sleep here, fucking bastard”. Entonces supe que me había reconocido, porque el viejo Al es así, y sólo se molesta en insultar a sus allegados...
Comenté que le conocía, y la gente siguió su camino con miradas de extrañeza. Al fin logré levantarlo y le pedí un café en esa cafetería del intercambiador, en la que tantas veces yo había quemado la madrugada y el dinero que me quedaba a base de cañas. Entonces me habló de los viejos tiempos, aunque con sentencias inconexas. También me preguntó por la banda, que cómo les iba a los Al Berkowitz Band. Fui un segundo a pagar, sin volver la mirada, y cuando regresé había desaparecido; debí habérmelo imaginado... Cogí el metro en dirección a mi casa, y cuando salí metí la mano en mi chaqueta, para hacerme con un cigarrillo. Entonces encontré un papel arrugado: el viejo Al me la había vuelto a jugar, se trataba la partitura de “I'm going inside", que había metido en mi bolsillo para que se la hiciese llegar a los Al Berkowitz Band. ¡Maldito Al, siempre será el más grande...!

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